GUARDIANAS DEL BOSQUE

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4 de noviembre 2011

Cuando Rocío Rodrigo vio la explanada de tierra casi baldía en la carretera del norte toda “sembrada” de bolsas de plástico no pensó en la pobreza o el caos local sino en una imagen del universo. Una imagen del paisaje y la realidad contemporáneas, del “bosque” contemporáneo. 

Años después Carolina Kecskemethy y Rocío decidieron utilizar “el bosque” como espacio de su re- encuentro y el de sus discursos.

El bosque, que supone una estructura a veces casi inescrutable, enmarañada, aparentemente asistemática, funciona como la imagen de relaciones, misterios, puntos de encuentro y desencuentro, luz y oscuridad, de los opuestos.

Es la feliz metáfora del consciente y el inconsciente (lo que se muestra y lo que está oculto ), de la civilización y la naturaleza , la vida , el origen de la vida, del sexo y el exceso, de las especies, los seres de la oscuridad, de la tierra, del aire.

Los bosques son también la metáfora del encuentro entre “naturalezas”, formas, retículas, patrones culturales que se “traducen” y se re-crean a través de una “traducción” a otra, de una “re-presentación” a otra, de la importación y asimilación de imágenes y registros, de elementos de un imaginario a otro, de un espacio a otro, de una cultura a otra, de un universo a otro.

Y el bosque es, a su vez, el espacio amoral que la civilización puede “leer”, teñir de crueldad, de pérdida o de deseo y ficción.

Las híbridas recreaciones de las criaturas del mar, del primer “bosque”, realizadas a partir de materiales trash, baratos y modernos, industriales y nobles se reflejan a veces sobre un fondo con una figura ornamental gótica que pasó a ser una exquisita y decorativa ilustración europea de siglos atrás. Unas y otras “remedan” convencionales formas de representación de lo orgánico e inorgánico que se entrelazan, se “remedan” como lo hacen el tiempo y el espacio.

Realidad y ficción, lleno y vacío, ilusión de movimiento y de quietud, claros y sombras del espacio siempre imaginario que termina por ser tan complejo y sorprendente como los otros, presumiblemente menos primitivos.

En todos los “bosques” está la presencia de la civilización y la naturaleza. Y ésta sólo a través de la primera. Si el alce y el zorro apropiados y reproducidos de ilustraciones de otras latitudes y tradiciones aparecen al lado de un zorro, un ciervo o un lagarto hechos de viruta de reciclaje de los bosques amazónicos, la imagen teje la ficción de paisajes y seres, imágenes y sueños a su vez importados y reciclados.

Si el dibujo de los pinos europeos, con su exquisita morfología, se combina con la presencia de la imagen de la memoria de los troncos del paisaje poblado de bolsas plásticas y de manos, manos –pájaro, manos- hacedoras, manos- movimiento, dibujo,   no – manos…para “traducirse” en imágenes de lo aéreo, del volar, vuelve la “enajenación” y la hibridación de un universo con otro, de una imagen con otra…la extraordinaria convivencia de mundos que “re-hacen” tradiciones, habitan imaginarios, pueblan las ficciones del laberinto de culturas, del Babel de lenguas que nos dibujan, nos “desterritorializan” y nos “territorializan” y nos crean. 

El bosque que es tierra o la ilusión de tierra, humedad, espacio en donde todo mundo mineral o vegetal es una imagen, a veces “importada”, “adaptada” para el consumo y el delirio, en donde la referencia a lo imaginario – cuentos, mitos, imágenes mediáticas…-, y a lo real- huellas de árboles en donde las bolsas de una civilización se agitan al viento como poblando la naturaleza, gris, agreste, “desertizada”…- y en donde en el aire, el movimiento, los pájaros son imágenes de manos que son manos que no son manos sino el movimiento, la forma, la metáfora de la Creación o del dios, es pues, tanto un comentario sobre su imposibilidad, la necesidad de preservarlo, como también símbolo de la vida y del sexo- bosque orgánico, recorrido por fluidos, latiendo en cada célula y cada átomo – y de su opuesto, de la otra cara de su esencia, de la ineludible y misteriosa presencia de la muerte.

 ana m. rodrigo prado, 2011