A primera vista, los “refugios” de Melissa Larrañaga, son campos lejanos, parajes aislados, campiñas desconocidas. Y aunque en realidad lo son, más que ser la representación literal de un paisaje, cada cuadro alude metafóricamente a una situación.
Tras la belleza de sus imágenes—que son la cara visible de su trabajo—se esconden los sentidos de su obra. Sus campos de flores, el follaje tupido de sus territorios, y las laderas que se vislumbran a lo lejos en sus lienzos no son registro de una geografía, sino el anuncio de un proceso vital en marcha, que no es solo el de la propia naturaleza en transformación constante.
Si se miran con atención, podemos detectar la tensión latente que subyace a estos escenarios naturales. Dicha tensión los revela, más que como escenarios, como escenas emocional y afectivamente cargadas. Más que un proceso de la naturaleza, lo que está en juego es el proceso de la propia artista. Dicho en otras palabras, la figuración naturalista de “Refugios” encubre una representación abstracta de un estado de ánimo.
De lo que nos habla Larrañaga es de la incertidumbre entre lo que ha sido y lo que puede ser: el abismo de la posibilidad indeterminada.Ello lo hace al articular dos puntos de vista que insinúan expectativa e inquietud ante el tiempo por venir. Por un lado tenemos los primeros planos de sus lienzos, en los que la artista presta atención al detalle de la vegetación, recurriendo a mayores contrastes de luz y color y a formas más definidas. Esa mayor intensidad y una descripción pictórica precisa de los elementos da cuenta de lo cercano e inmediato—el presente—con su toda vitalidad. Por otro lado tenemos las perspectivas largas en las que predomina una sensación más atmosférica, tonos menos contrastados y un dibujo más indefinido, que según los colores y tonos empleados, evocan lo lejano—el futuro—como algo indeterminado y potencialmente amenazador.
Esta idea de un recorrido temporal es abonada por la perspectiva desde la que la artista construye sus imágenes. Se trata de paisajes retratados en primera persona. La artista nos sitúa en el lugar de su punto de vista: el de una persona que recorre un campo, por ello el retrato de la vegetación cercana remite al aquí y ahora, mientras que las zonas distantes apuntan al futuro, porque llegaremos a ellas eventualmente. Asimismo, los juegos de luces y sombras que organizan sus composiciones contraponen lo conocido con lo desconocido, lo amable con lo inhóspito, estableciendo un paralelo entre la naturaleza y la vida.
Cada cuadro, más que un refugio, representa la necesidad de este. Al ocupar imaginariamente los terrenos pictóricos de Melissa Larrañaga, podemos descubrirnos maravillados por una naturaleza que al cautivarnos nos extravía y nos guarece en un espacio de confinamiento. Por ello sus refugios son, ante todo espacios ambivalentes, porque nos envuelven para postergar un encuentro inevitable, cargando la espera con anticipación.
Max Hernández Calvo