Alayza es uno de los artistas figurativos más valiosos de nuestro medio. Su extensa obra realizada a lo largo de cincuenta años se ha caracterizado por una tenaz insistencia en el oficio pictórico, y el estudio del uso de la luz a través del color.
Bodegón con tetera y mangos
Óleo sobre tela
60 x 100 cm
Bodegón y paisaje
Óleo sobre tela
125 x 95 cm
Panes y cafetera
Óleo sobre tela
107 x 100 cm
Macetero, anteojos y tijeras
Óleo sobre tela
113 x 109 cm
Maceta
Óleo sobre tela
64 x 49 cm
Flores blancas y rojas
Óleo sobre tela
91 x 97 cm
Jardín
Óleo sobre tela
160 x 140 cm
Curso…rio…corriente
Óleo sobre tela
140 x 160 cm
La ciudad
Óleo sobre tela
140 x 160 cm
Árbol y escalera
Óleo sobre tela
109 x 108 cm
Cerro santo
Óleo sobre tela
113 x 109 cm
La escuela
Óleo sobre tela
120 x 100 cm
La torre
Óleo sobre tela
194 x 134 cm
La cancha
Óleo sobre tela
146 x 114 cm
Procesión
Óleo sobre tela
150 x 160 cm
La escalera
Óleo sobre tela
122 x 100 cm
Vela latina
Óleo sobre tela
106 x 100 cm
El mar y el pescador
Óleo sobre tela
100 x 132 cm
Toro y palmera
Óleo sobre tela
120 x 120 cm
Ulises
Óleo sobre tela
101 x 80 cm
El huachimán
Óleo sobre tela
113 x 117 cm
La quinta
Óleo sobre tela
82 x 93 cm
Ágape
Óleo sobre tela
180 x 120 cm
Tres amigos
Óleo sobre tela
150 x 140 cm
Joven en la playa
Óleo sobre tela
101 x 80 cm
Amor en el campo
Óleo sobre tela
100 x 150 cm
Texto de Ricardo Wiesse Rebagliati: LA INOCENCIA DESAFIANTE DE ALEJANDRO ALAYZA Quien ingrese al territorio pictórico de Alejandro Alayza con los ojos cegados por convenciones no verá nada. Los estereotipos solo sirven para aplanar y reducir hasta la insignificancia las facultades de percibir y de pensar. No esperemos de estas obras bellezas concesivas, ni (paradójicamente, tratándose de un maestro vitalicio) corrección académica. Su estilo único proviene de la observación de la naturaleza (de lo “real”) con la mirada de la subjetividad, que se aferra a una inocencia celosamente defendida. Alayza fabula, recuerda, contempla, ensueña, decide mientras revuelve la materia viscosa sobre la paleta, enciende tonos, los matiza, y traslada al lienzo. Confiado en su instinto, recoge los ecos primitivos de la pintura italiana prerrenacentista, de la virreinal y de la popular americana. Organiza las relaciones formales y espaciales nacidas de su rico mundo interior, como recipientes del color y de la luz. Todo es diáfano en estos cuadros. El aire azulado impregna al espectador, lo sumerge en dramas líricos, tectónicos, marinos, donde las horas detenidas por el óleo superviven mágicamente. Hasta las sombras acumulan velos traslúcidos. Parecieran importarle poco los temas o las capturas de lo cuantificable. Alayza desafía osadamente la forma, convertida en factor relativo, que cede el protagonismo al color. Renuente a imitar las apariencias, persigue algo más: en sus palabras, un “espacio propio de libertad”. Alayza subvierte certezas tenidas por inamovibles. Su lógica peculiar, semejante a la de los cuentos infantiles, demanda una atención gratificante. Sus figuras ensanchan las nociones del valor y del gusto artísticos. Su vía solitaria, terca, laboriosamente asumida, fluye serena y fértil como los ríos de verdes turquesas que irrumpen en sus panoramas. El artista ha llevado lejos su voluntad de relacionarse con el devenir histórico y de construir imágenes diferenciadas de otras tradiciones culturales. Conocedor de las herencias culturales europeas y americanas, tan próximas como lejanías entre ellas, enriquece en sus trabajos más recientes las perspectivas identitarias de una comunidad como la peruana, todavía fragmentada. En sus imágenes se respiran aires evocadores de una utopía vernácula que se enfrenta a las estructuras coloniales aún presentes en nuestro cuerpo social. Al incorporar lo extraño, lo tosco y lo deliberadamente contrahecho, el artista manifiesta una opción excepcional que propicia en el espectador una autopercepción reflexiva sin concesiones: nos reconocemos en los rasgos de estos personajes modelados como tallas apenas desbastadas, espléndidamente rodeados por un marco natural vigoroso, espléndido y armonioso como las tonalidades sembradas en estas telas por cada golpe del pincel. Ricardo Wiesse Rebagliati
Alejandro Alayza Es uno de los artistas más valiosos de la generación de los años setenta. Alayza estudió en la Escuela de Arte Plásticas de la Universidad Católica del Perú, bajo la dirección de Adolfo Winternitz, en la especialidad de pintura, ha ejercido el decanato de Facultad de Arte de la Universidad Católica en dos períodos y gran parte de su vida ha compartido entre la pintura y la docencia. A partir de 1979 Alayza ha expuesto con regularidad en muestras individuales, bienales o colectivas, en el Perú y en el extranjero, y su obra forma parte de colecciones nacionales y extranjeras. Vive y trabaja en Lima.